martes, 25 de marzo de 2008

Juan Pereza de Carlos Pezoa Veliz




Este es un artista de paleta añeja
que usa una cachimba de color coñac
y habita una boharda de ventana vieja
donde un reloj viejo masculla: tic tac...
Tendido a la larga sobre un mueble inválido,
un bostezo larga, y otro, y otro: ¡tres!
¡Diablo de muchacho, pobre diablo escuálido,
pero con modorras de viejo burgués!
Cerca de él, cigarros fingen los pinceles,
sobre la paleta de extraño color:
sus últimos toques fueron dos claveles
para un cuadro sobre cuestiones de amor.
Cerca un lápiz negro de familia Faber enristra la punta como un alfiler;
hay tufo a sudores y olor a cadáver,
hay tufo a modorras y olor a mujer.
Juan Pereza fuma,
Juan Pereza fuma en una cachimba de color coñac,
y mira unos cuadros repletos de bruma
sobre un hecho que hubo cerca del Rimac.
El pintor no lee.
La lectura agobia, y anteojos de bruma pone en la nariz;
Juan odia los libros, ve horrible a su novia,
y todas las cosas con máscara gris.
Su mal es el mismo de los vagabundos:
fatiga, neurosis, anemia moral,
sensaciones raras, sueños errabundos
que vagan en busca de un vago ideal.
Ni piensa, ni pinta, ni el humor ingenia.
¡Qué ha de pintar, si halla todo sin color!
Tiene hipocondría, tiene neurastenia,
y hace un gesto de asco si oye hablar de amor.
Mira un cuadro antiguo sin pensar en nada,
mira el techo, el humo, las flores, el mar,
una barca inglesa que ha tiempo está anclada
y unas acuarelas a medio empezar.
De un escritorillo sobre la cubierta
un ramo de rosas chorrea placer
y una obra moderna, rasgada y abierta,
muestra sus encantos como una mujer.
El pintor no lee. La lectura agobia:
Juan Valjean es bruto, necio Tartarín;
Juan odia los libros, ve horrible a su novia
y muere en silencio, de tedio, de esplín.
Sudores espesos empapan los oros
que el lacio cabello recoge del sol,
y se abren al beso del aire los poros
del rostro manchado con tintas de alcohol.
Y mientras el meollo puebla un chiste rancio,
que dicho con gracia fuera original,
una flor de moda muere de cansancio
sobre la solapa donde está el ojal.
Hay planchas que esperan el baño potásico;
un cuadro de otoño y una mancha gris,
una oleografía de un poeta clásico
con gestos de piedra y ojuelos de miss.
Juan Pereza fuma,
Juan Pereza fuma en una cachimba de color coñac,
y enfermo incurable de una larga bruma,
oye un reloj viejo que dice: tic tac...
Ni piensa ni pinta, ni el humor ingenia.¡
Qué ha de pintar si halla todo color gris!
Tiene hipocondría, tiene neurastenia
y anteojos de brumas sobre la nariz.
Así pasa el tiempo.
Solo, solo el cuarto...
Solo Juan Pereza, sin hablar. ¿De qué?
Flojo y aburrido como un gran lagarto,
muerta la esperanza, difunta la fe.
La madre está lejos.
A morir empieza,
allá donde el padre sirve un puesto ad hoc;
no le escribe nunca porque la pereza
le esconde la pluma, la tinta o el block.
Hace ya diez años que en el tren nocturno
y en un vagón de última dejó la ciudad;
iba un desertado recluta de turno
y una moza flaca de marchita edad.
Un gringo de gorra pensaba, pensaba...
Luego un cigarrillo... Y otro. ¿Fuma usted?
Luego un frasco cuyo líquido apuraba
para tanta pena, para tanta sed.¡
Tanta pena, tanta!
Su llanto salobre secaba una vieja de andrajoso ajuar;
iba un mercachifle y un ratero pobre
y una lamparilla que hacía llorar.
La vida... Sus penas. ¡Chocheces de antaño!
Se sufre, se sufre. ¿Por qué? ¡Porque sí!
Se sufre, se sufre... Y así pasa un año...y otro año...
¡Qué diablo! la vida es así...

sábado, 26 de enero de 2008

Los motivos del lobo




El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo.
Rabioso ha asolado los alrededores,
cruel ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.
Fuertes cazadores armados de hierros fueron destrozados.
Los duros colmillos dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.
Francisco salió: al lobo buscó en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera enorme,
que al verle se lanzó ferozcontra él.
Francisco con su dulce voz, alzando la mano, al lobo furioso dijo:
-"¡Paz, hermanolobo!" El animal contempló al varón de tosco sayal; dejó su aire arisco, cerró las abiertas fauces agresivas y dijo:
-"¡Está bien, hermano Francisco!" -"¡Como! -exclamó el santo-.
¿Es ley que tu vivas de horror y de muerte? ¿La sangre que vierte tu hocico diabólico, el duelo y espanto que esparces, el llanto de los campesinos, el grito, el dolor de tanta criatura de Nuestro Señor?
¿No han de contener tu encono infernal? ¿Vienes del infierno? ¿Te han infundido acaso su rencor eterno Luzbel o Belial?
"Y el gran lobo, humilde: -"¡Es duro el invierno,y es horrible el hambre! En el bosque helado no hallé qué comer, y busqué el ganado,y en veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador sobre su caballo, llevando el azoral puño;
o correr tras el jabalí, el oso o el ciervo; y a más de uno vi mancharse de sangre, herir, torturar, de las roncas trompas al sordo clamor a los animales de Nuestro Señor. Y no era por hambre, que iban a cazar".
Francisco responde: -"En el hombre existe mala levadura.
Cuando nace viene con pecado. Es triste. Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener desde hoy qué comer. Dejarás en paz rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!"
-"Está bien, hermano Francisco de Asís". -"
Ante el Señor, que todo ata y desata, en fe de promesa tiéndeme la pata".

El lobo tendió la pata al hermano de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero, y, bajo la testa, quieto lo seguía como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó a la gente a la plaza y allí predicó.
Y dijo: -"He aqui una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo me juró no ser ya nuestro enemigo,y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento a la pobre bestia de Dios". -"¡Así sea!"-, contestó la gente toda de la aldea.Y luego, en señal de contentamiento, movió la testa y cola el buen animal, y entró con Francisco de Asís al convento.
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo en el santo asilo.Sus bastas orejas los salmos oían y los claros ojos se le humedecían. Aprendió mil gracias y hacía mil juegos cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía, el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,iba por el monte, descendía al valle, entraba en las casas y le daban algo de comer. Mirábanle como a un manso galgo.

Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo, desapareció, torno a la montaña, y recomenzaron su aullido y su saña. Otra vez sintióse el temor, la alarma,entre los vecinos y entre los pastores;colmaba el espanto los alrededores,de nada servían el valor y el arma, pues la bestia fiera no dio treguas a su furor jamás, como si tuviera fuegos de Moloch y de Satanás.
Cuando volvió al pueblo el divino santo, todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mis querellas dieron testimonio de lo que sufrían y perdían tanto por aquel infame lobo del demonio.
Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.-
"En nombre del Padre del sacro universo,conjúrote" -dijo- "¡oh, lobo perverso!,a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho".
Como en sora lucha, habló el animal, la boca espumosa y el ojo fatal:
-"Hermano Francisco, no te acerques mucho
Yo estaba tranquilo allá en el convento, al pueblo salía, y si algo me daban estaba contento y manso comía.
Mas, empecé a ver que hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manosy los pies.
Seguía tus sagradas leyes, todas las criaturas eran mis hermanos, los hermanos hombres, los hermanos bueyes, hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera. Y su risa fue como una agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera, y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí, a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí, que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco, déjame existir en mi libertad, vete a tu convento, hermano Francisco,sigue tu camino y tu santidad".
El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con un profunda mirada, y partió con lágrimas y con desconsuelos, y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: "Padre nuestro, que estás en los cielos...

Rubén Darío